En la primavera del año 1622 el Papa Gregorio XV canonizó a los beatos Isidro Labrador, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Felipe Neri. Lo primero que nos llama la atención es como un labrador se “cuela” en una lista de hombres ilustres. Por ello, descubrir a San Isidro, su figura y su vida es, sin duda, muy edificante. Para conocerle mejor, podemos empezar por el final para llegar al comienzo. Es decir, revelar por qué un 8 de abril de 1622 en Madrid, una población de nobleza y monarquía, una villa cortesana, celebró con grandes fastos la vida de un hombre sencillo, humilde y trabajador.
Acerquémonos a ese 8 de abril de 1622 cuando el rey recibió a un enviado de Roma que le confirmaba las canonizaciones. La información ya había llegado a la capital unos días antes, pero el rey estaba en Aranjuez y las noticias no llegaban con la misma rapidez que ahora. Este enviado le comunicó al monarca que por fin San Isidro había llegado a los altares, los reyes llevaban años solicitándolo en Roma, y la devoción al santo se transmitía en la familia real de generación en generación.
Su cuerpo se encontraba en la iglesia de San Andrés pues inicialmente había sido enterrado en el cementerio de ese templo. Ese esplendoroso día fue trasladado al altar mayor de la iglesia y situado bajo un dosel de terciopelo, rodeado de velas de diferentes tamaños. Estaba en una urna de plata regalo de los plateros de Madrid. ¡¡¡Era un santo de la ciudad!!! Pero… ¿Quién era ese hombre que había cautivado a reyes y nobles? Pues era un cristiano mozárabe que había vivido en el siglo XII durante la reconquista en el barrio de San Andrés cerca de la calle de la Paja. Los mozárabes eran los valientes que mantenían su fe bajo la dominación árabe. Su vida había transcurrido entre el trabajo y la oración …. Continuará.