Año 1986, finales de julio. En medio de un calor de justicia, con mi casa a cuestas, a modo de caracol, y mis tres hijos pequeños, de 8, 6 y 2 años, llegué a Alpedrete siguiendo el trabajo que mi marido, gracias a Dios, había encontrado en este pueblo.
Y una tarde sofocante me encontré con ella, con Quiteria y sus ojos amables, llenos de paz, su figura aparentemente frágil, pero firme, y ella me dio una brisa de aire fresco en el calor, un respiro para mis preocupaciones, un rato de paz.
Luego supe que era una santa “contradictoria” porque desde el lugar de su nacimiento, que unos dicen que fue en Bayona, Pontevedra, otros que en Francia, pues es la patrona de la Gasconia francesa, tierra recia, patria literaria de D’Artagnan; varios sitios, en fin, se disputan su nacimiento y también su martirio y sepultura.
Son contradictorios sus orígenes: o nacida entre los siglos I y II de nuestra era, hija de Lucio Catelio, gobernador de Galicia y Portugal, y de Calsia, mujer noble lusitana, según la tradición española y portuguesa, que es la que cobra más verosimilitud, martirizada y enterrada en los montes de Toledo, en Marjaliza más exactamente; o bien una princesa visigoda nacida en el siglo V en la Gasconia francesa y muerta y enterrada en Aire sur L’Adour.
El primer año que yo viví las fiestas de Santa Quiteria llevé sus andas un rato en el hombro; me tuve que pelear un poco, todas las mujeres de Alpedrete queremos llevarla y no soltarla nunca. Desde ese momento procuré no faltar nunca a su fiesta y llevarla un poco en el hombro y siempre en el corazón. Quiteria se metió en mi alma y, como ella tuvo ocho hermanas y yo no tenía ninguna, me adoptó como una hermana más.
El año que fui su mayordoma fue un año muy especial para mí. Pasaba todos los ratos posibles con mis otras tres compañeras mayordomas, Paqui, María Jesús y Fátima, cuidándola y mimándola a ella y a su ermita, pero, además, en cuanto tenía un momento libre me iba a hablar con ella. Ella me escuchó, me consoló, me dio fuerza en los momentos difíciles… Ella se convirtió en mi hermana, mi amiga y mi ejemplo.
Mi ejemplo, sí, porque, siguiendo con las contradicciones de nuestra Santa, a pesar de pertenecer a una familia adinerada, teniendo ante ella un futuro de gran dama, casada con un buen partido, decidió irse al monte a orar, ser la esposa de Jesucristo y sufrir penalidades, persecución y martirio por defender esa FE en Cristo que nadie pudo arrancar de ella ni con lisonjas, ni con amenazas, ni con la espada.
Mi ejemplo porque todo lo ofreció a la Virgen María, pidiéndole ayuda en su peregrinar desde Galicia a Toledo y María nunca la abandonó, haciendo brotar una fuente por los lugares por donde pasaba, para aliviar su sed y su cansancio; entenderéis ahora porque casi siempre llueve en Santa Quiteria.
Mi ejemplo y el de todos, porque, a pesar de su aparente fragilidad y sin perder la dulzura, se enfrentó a su padre – y los padres de entonces eran formidables -, a la sociedad de su época, a los soldados, capitaneados por el que quería ser su marido, hay amores que matan. Defendió su FE contra viento y marea y recibió la corona de la Gloria, no sin antes perdonar a quienes la martirizaron, incluso al pastorcillo que la delató, y al que curó de la rabia que le contagió su perro.
A lo largo de los años he investigado sobre esta mujer pequeña, de ojos dulces y corazón fuerte y he descubierto con gozo que es querida y venerada en pueblos y ciudades de España, en Francia, Portugal, Brasil y hasta Filipinas. Que hay bellísimos retablos y pinturas que representan su imagen y su vida y multitud de cantos y oraciones populares que demuestran el fervor que Santa Quiteria despierta en los corazones.
En mi corazón tiene un altar perenne de amor y gratitud, y aunque ya no puedo llevar sus andas, si llevo su vida y su ejemplo siempre en alma, sus virtudes me motivan a intentar ser cada día mejor y su firmeza a sobrellevar las dificultades de la vida con entereza, amando a Cristo y encomendando todo a María.
Santa Quiteria bendita, ten piedad de mí en todos los momentos de mi vida y, sobre todo, a la hora de morir. Amén.
¡¡¡VIVA SANTA QUITERIA!!!
Rosario