Últimamente está viniendo a mi mente la canción de Alejandro Sanz “Corazón partío «, porque así me siento yo últimamente: noto un pellizco en mi corazón cada vez que pienso que, por motivos de salud, me voy lejos de Alpedrete y de mi parroquia.

Vine a Alpedrete hace casi cuarenta años y lo primero que vi a lo lejos, entonces no había tantas edificaciones, fue la iglesia con su nido y sus cigüeñas encima.

En ese momento pensé: me gusta este pueblo, tiene cigüeñas en la iglesia; que lejos estaba yo de imaginar todo lo que esa parroquia iba a darme y cuánto iba a significar en mi vida.

Nos acogió, de manos de su párroco, Florentino, en ella mi hijo pequeño recibió el bautismo y los cuatro recibieron la primera Comunión y la Confirmación. Dos de mis hijos se han casado y dos de mis nietas han sido bautizadas y han recibido la primera Comunión.

Las puertas de esta parroquia se abrieron para darle el último adiós a mi padre, a quien tanto gustaba este pueblo, que vino para pasar unos meses y el Señor le llamó dejando su cuerpo aquí para siempre.

Unos años después, está parroquia tan querida, me dio los mejores regalos de mi vida: me hizo conocer a Santa Quiteria, ser un año su mayordoma y su fiel devota para siempre.

Me hizo hermana de la Hermandad del Santísimo Sacramento y Santo Cristo y, desde ese momento, dedicar mis pobres esfuerzos a honrar y cuidar lo más importante del universo: Cristo en la Cruz y en el Santísimo Sacramento del altar.

Un poco más tarde el Señor me puso delante de la imagen de la Virgen de los Dolores, su cara de niña, su mirada llena de tristeza contenida, se adueñaron de mi corazón.

Y, lo más importante, está parroquia me dio la oportunidad de servir a Dios como catequista, como lectora y lo que es más importante: distribuir la Santa Comunión, ese don que Dios me concedió a mí, indigna hija suya.

¿Qué podría yo decir para agradecer tantos dones? No hay palabras suficientes, por lo tanto, solo puedo decir: GRACIAS.

Gracias a Dios por traerme aquí, gracias a los diferentes sacerdotes que he conocido y que me han enseñado tantas cosas:

Florentino, una fuerza arrolladora de la naturaleza que entusiasmaba a los niños y a todos los padres nos ponía en movimiento y hacía que Jesús se moviera en nuestro corazón.

Valeriano, muy espiritual, nos recibía con una sonrisa en la cara y siempre escuchaba con atención, a pesar del calvario que su enfermedad le hizo pasar.

Paco que no solo fue mi párroco, fue y es, mi padre, mi hermano, mi amigo; a él le debo haber comenzado a ser catequista hace 20 años, a servir al altar, a distribuir la Comunión; él, Mari Carmen y María Rosa me enseñaron a distinguir un purificador y de un manutergio, que no es lo mismo las vinajeras que las vinagreras y que la credencia no es una oración, si no una mesa auxiliar al lado del altar.

Mi agradecimiento a Nacho que me enseñó que la obediencia y aceptar la voluntad de Dios es lo más importante de la vida, que es mejor dar amor que tener razón y saber distinguir las cosas importantes de las imprescindibles, aunque a mí cabeza cuadriculada le costó entenderlo.

Gracias inmensas a Guillermo al que recibí y quiero como a un hijo y que tiene tantas virtudes, que ni él mismo las sabe; una de ellas es decir la HOMILÍA como si estuviera escrita para cada uno de nosotros, todos sacamos una enseñanza certera.

Y por último gracias a José Manuel, un sacerdote extraordinario, que cuando dice la HOMILÍA te deja con la boca abierta por lo que sabe y como explica lo que sabe; yo he oído homilías suyas preciosas, en las Primeras Comuniones.

Que siempre se ríe con todas sus fuerzas cuando le cuento alguna ocurrencia y que tiene la fe y el valor de seguir adelante digan lo que digan los demás.

Mil gracias a mis catequistas, las que están y las que se fueron, a todas las quiero como a hijas, de todas he aprendido, todas se han partido el cuerpo por dar todo cada día, en cada catequesis, en las primeras Comuniones… y siguen haciéndolo continuamente.

Gracias al coro y a la maravillosa voz de María Dolores, un don de Dios en sus cuerdas vocales, que me han hecho emocionarme hasta las lágrimas con sus voces.

Gracias a Mariví y Matilde: que momentos tan maravillosos hemos pasado preparando y haciendo el festival de Navidad.

Gracias al grupo del Santo Rosario con quienes tanto he rezado y que me han acompañado y hecho ver, palpablemente, el poder de la oración.

Gracias inmensas a tantas personas a las que he conocido, con las que y por las que he rezado y sigo rezando y que han rezado y siguen rezando por mí.

Os llevo a todos en mi corazón y mis oraciones. Os quiero y os volveré a ver seguro que pronto.

Gracias, Señor, por tanto, bendice a la Parroquia de la Asunción de Alpedrete y permite que yo vuelva a verlos pronto.

Hasta siempre.